Filósofos debaten retos decoloniales en educación e investigación para el buen vivir

De nuevo, los espacios del Mincyt, en Caracas, fueron el ambiente propicio en la búsqueda de contrastar viejos y nuevos conceptos en torno al debate sobre la decolonialización, en este caso, desde los enfoques filosófico, epistemológico y pedagógico.

En ese marco, la ministra de Ciencia y Tecnología, Gabriela Jiménez-Ramírez, brindó el cálido saludo a los tres destacados panelistas, Katia Colmenares, Rafael Bautista y Ramón Grosfóguel, momento en el que destacó la importancia “de lo que podemos hacer, desde el análisis con el pensamiento crítico, en materia de salud; de educación para construir el buen vivir, las comunidades de vida, para construir una ciencia desde nuestra identidad latinoamericana, desde el trabajo de todas y todos; pero, sobre todo, desde la experiencia de la Revolución Bolivariana como referente histórico de soberanía, de construcción de paz y de bienestar”.

La nueva pedagogía debería producir seres justos

En su intervención, el filósofo boliviano, Rafael Bautista, habló de dos momentos en el proceso de descolonización para “el desmontaje sistemático de todas las narrativas que se han impuesto como naturalización del mundo que padecemos”, entre las que incluye, lanarrativa capitalista, la narrativa geopolítica y la narrativa mítica.

Para hablar de esta “desnaturalización de las relaciones de dominación” con miras a la descolonización, rememora a René Descartes y su Discurso del Método, que ve a la razón como síntesis del pensamiento filosófico de la modernidad, pero esta sería “una razón desprovista no solo de sensibilidad: es una razón desprovista de corporalidad, desprovista de historia… es una razón desprovista de naturaleza”.

De allí que la razón se habría convertido en “el gran fetiche del mundo moderno, que se pone en el lugar de Dios” y, desde allí, el 1 % —de la humanidad— se asume como el punto cero de observación, o el ojo de Dios, para la eliminación de dos terceras partes de la humanidad”. Se entiende que ello ocurre desde los países llamados del centro del capitalismo (gran creación de la modernidad) hacia su periferia.

Del capitalismo, como paradigma, afirma que este “funciona bien, solo mostrando su positividad; pero, si  le añadimos el grado de afectación que produce en el propio ser humano y en la naturaleza, esta espiral acumulativa, exponencial, de producción de satisfactores, que ahorita ya no responde a las necesidades reales, sino a las necesidades inventadas, vamos a descubrir que el desarrollo necesita producir en nosotros un estado continuo de insatisfacción… Solo de este modo se puede seguir consumiendo más, y más, y más, y más, hasta que el consumo nos consuma”.

Para mostrar el grado de “evolución” que habría tenido el capitalismo como sistema, además de la sobreproducción de bienes materiales y de satisfactores, “hoy no necesitan ponernos información en las cadenas informativas… hoy tenemos la guerra cognitiva, en la que ellos deciden y controlan qué pensamos”.

En relación con las narrativas geopolítica y mítica, el pensador del altiplano afirma: ¡Cómo vamos a transformar el mundo, si seguimos presos de las narrativas imperiales!; si nos hemos creído, hasta el tuétano, estas tres narrativas que, como naturalizaciones en nuestro sistema de creencias a nombre de liberación, a nombre de ambientalismo, a nombre de feminismo, a nombre de colonialidad, siguen funcionando las narrativas, y en nuestras propias vidas personales, siguen funcionando las narrativas asociadas con el imperialismo y la geopolítica, así como de las relaciones centro-periferia.

En cuanto al terreno de la espiritualidad, este analista sostiene que, “si nosotros asumiésemos la autocrítica de modo militante, no necesitamos que la derecha nos critique, la crítica sería patrimonio nuestro —sería, como dice Chávez, el pan nuestro de cada día—, porque solo en la autocrítica uno puede crecer, porque lo que nos desafía proviene de afuera, porque de adentro solo viene la autoafirmación del ego.

Al final de su disertación, el profesor Bautista afirma que “la nueva pedagogía de la liberación debería proponerse producir seres justos… Ahí estamos de acuerdo: sería el gran cambio y gran giro ético… ese sería el hombre nuevo, ese que es capaz de sentir en su propia sensibilidad cualquier afrenta que sufre algún otro ser humano, en cualquier rincón del mundo… llegar a eso, es el propósito de una pedagogía de suma qamaña (en el lenguaje aymara) porque ha sido traducida como vivir bien… yo insisto, una y otra vez, debería traducirse, como dicen los ubuntu del África: yo vivo, si tú vives, yo soy si tú eres.

La ciencia es la secularización de las narrativas de la cristiandad

El sociólogo Ramón Grosfóguel tomó prestada una frase del presidente Chávez que rezaba “la ciencia no es neutral, todo depende con la visión que se haga o que se construye”, para afirmar que la comparte, y que esta “es bien decolonial”, al tiempo de cuestionar que la modernidad lo que ha hecho es separar cosmología y ciencia y, por ello, se representa la ciencia como algo neutral y como algo objetivo.

En esa dirección, esbozó el planteamiento central de su exposición: “Yo quiero discutir las bases teológicas de la ciencia y la tecnología moderna, porque están en el centro de un sistema civilizatorio que destruye la vida”.

Para ello, se remontó a los que definió como tiempos del oscurantismo europeo, en los cuales “surgió esa idea de unicidad heterogénea sobre la cristiandad y la transformó en unicidad como homogeneidad, no como heterogeneidad; y expulsó hacia afuera todo lo que era diferente”.

En el origen de este pensamiento identificó al dualismo moderno, cartesiano —sistema religioso y filosófico que admite la existencia de dos principios diversos y contrarios entre sí, entre los que hay un eterno conflicto, como serían espíritu y materia, cuerpo y alma, bien o mal— en el cual, los seres divinos son los que están del lado de Dios y todo lo diferente, “son seres sospechosos de estar del lado del diablo”. Allí entraría también el patriarcado que incluye a la mujer “entre los seres maléficos o sospechosos de la naturaleza”.

En el lado opuesto de este pensamiento, propio de la cristiandad europea, estarían las cosmovisiones planetarias de los pueblos del Sur global, que tendrían, de acuerdo con Grosfóguel, una idea antidualista en la que no hubo contradicción entre ciencia y espiritualidad: en ninguna parte del mundo, a excepción del mundo de la cristiandad europea, que tenía un conflicto entre hacer ciencia, tecnología, etcétera, y tener espiritualidad… este, que era un problema local europeo, después se convirtió en universal, y tuvieron que luchar contra la cristiandad para hacer ciencia.

Advierte que, en la historia de la ciencia occidental, “hay un montón de falsificaciones de ideas que se robaron de otras culturas y las reciclaron”.

Al analizar que “la modernidad es la secularización de la narrativa de la cristiandad, pero camuflajeada como ciencia” y para afirmar a la cristiandad, como una ideología que distorsiona lo que se conoce como cristianismo y lo hace ideología de Estado para justificar la dominación, explotación y justificar los privilegios de los poderosos, el analista recuerda los orígenes del cristianismo.

Rememora que el significado original del concepto de Dios o Alaha, en arameo, como fuerza cósmica, energía creadora de inteligencia, fue distorsionado en las distintas traducciones que se hicieron a otros idiomas, y este se convertiría en otro término que alude a “un hombre blanco, anciano, europeo, con una barba, que está en una nube, por allá… con un bastón, vigilando y castigando”.

Esta conversión de la idea de Dios habría sucedido a partir de la llegada del emperador Constantino y del Congreso de Nicea del año 325 de nuestra era,  en la que se habría reinterpretado la idea original  del Dios del pueblo judío, en la figura de la Trinidad cristiana —que incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo— y en la cual se hizo fácil asociar la figura del emperador como el hijo de Dios y representante de este sobre la tierra, tiempo histórico que duraría alrededor de mil años, el del oscurantismo europeo, y en el que se empieza a personificar a Dios con representaciones terrestres y se hace idolatría.

Con esta “invención del cristianismo trinitario” se estaba desacralizando ante millones de personas al imperio romano y esto ya constituiría, según Grosfoguel, un problema político.

Es por ello que recomienda que “hay que volver a escribir la historia de la ciencia. Si no escribimos la historia, no podemos hacer revolución con epistemología de derecha y no podemos hacer revolución de izquierda con historiografía de derecha”.

Debemos aspirar a la construcción de comunidad

Durante su intervención, Katya Colmenares, investigadora mexicana, especialista Humanidades, revisó el concepto positivo de la modernidad relacionado con una visión de universalidad, de racionalidad y de verdad, que sería, a su vez,  una trampa, ya que trae consigo un proyecto de dominación que “nos pone como sujetos escindidos”.

Para ahondar en el concepto, recuerda a Hegel, filósofo moderno, quien en uno de sus libros habla de la ciencia de la lógica y dice que “el principio de todo es el concepto del ser y que el contenido último del ser es la simple referencia a sí mismo”.

La analista destaca que, precisamente, la referencia a sí mismo “va a ser el contenido, no solamente del concepto ser, va a ser el contenido de todos los conceptos de la modernidad, ante el cual, invita a reflexionar acerca de ¿qué significa el concepto del yo? Y es porque, precisamente, en la modernidad, se da esta relación cosificante “donde cada uno es su propio interés”, nos vamos viendo unos a otros, ya no como seres humanos, sino como funciones de un sistema.

Por ello, sugiere renunciar a esta pretensión de que las cosas sean como yo quiero que sea; lo que significaría “abrirse a la comunidad”.

La investigadora agradeció a Rafael Bautista, por afirmar que algo pasó en la historia que, de pronto, alguien nos convenció que el ser humano es malo por naturalezay recordó a Hobbes cuando afirmó que el ser humano es el lobo del hombre; visiones negativas que “establecen entre nosotros una relación de desconfianza, sentimiento propio de la modernidad”. 

Por el contrario, la especialista en ciencias sociales invita a saber escuchar, saber interpelar, saber construir también una sensibilidad, saber reconocer lo sagrado en el otro, en el enfoque acerca de que “en una revolución como esta, y como la que necesitamos, tenemos que partir del lugar contrario, de la pureza del corazón y de la ingenuidad”, entendiendo esta última como sinónimo de integridad del ser.

-->